No me atraen demasiado las
fotos en las que el elemento insólito se muestra por obra de la composición,
del contraste de heterogeneidades, del artificio en último término. Si lo
insólito sorprende, también él tiene que ser sorprendido por quien lo fija en
una instantánea. La regla del juego es la espontaneidad, y por eso las fotos
que más admiro son técnicamente malas, ya que no hay tiempo que perder cuando
lo extraño asoma en un cruce de calles, en un juego de nubes o en una puerta
entornada. Lo insólito no se inventa, a lo sumo se favorece, y en ese plano la
fotografía no se diferencia en nada de la literatura y del amor, zonas de
elección de lo excepcional y lo privilegiado.
Como en la vida, lo insólito
puede darse sin nada que lo destaque violentamente de lo habitual. Sabemos de
esos momentos en que algo nos descoloca o se descoloca, ya sea el tradicional
sentimiento deja vù o ese instantáneo deslizarse que se opera por fuera o por
dentro de nosotros y que de alguna manera nos pone en el clima de una foto
movida, allí donde una mano sale levemente de sí misma para acariciar una zona
donde a su vez un vaso resbala como una bailarina para ocupar otra región del
aire.
Fotos :
Vari Caramés
Texto:
Julio Cortázar
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